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EL CRÍTICO



CAPÍTULO 1:
HARD CANDY, HARD LARA

Cuando entro, Patrick Wilson está desnudo de cintura para abajo sobre una mesa metálica. No os dejéis engañar por el nombre; Patrick Wilson no es un sheriff del estado de Texas, ni un detective de los cuarenta en busca de un nuevo caso. Patrick Wilson es el tío de Insidious, y ahora mismo tiene el asunto aireado frente a mi hija de quince años. Por fortuna, la magia del cine sólo nos lo sugiere. Sin incluir al cine porno, claro.

Lara se gira asustada al notar mi respiración. Detiene la película, baja la pantalla del portátil, avergonzada, se seca los ojos como si no fuera a darme cuenta, y me brinda una de esas miradas tan bien conocida por la intimidad interrumpida de su cuarto.

   —¿Qué?
   —Nada… —respondo. Tampoco es una situación cómoda para mí.

Tiene los ojos enrojecidos e hinchados. No me atrevo a preguntar, aunque tampoco es necesario para saber qué le pasa.

Su hábitat ha transmutado: ya no hay pósters de esa boys band que suena por todos lados, los peluches no están tan a la vista, y el corcho rebosa entradas de discotecas en las que es probable que se haya colado. La niña a la que empezaba a comprender se desfigura en la adolescente estandarizada sacada del insolente molde del pasotismo. Haceos una idea.   

   —Hard Candy, ¿eh?

  Asiente con desgana.

   —Está bien, me gusta.
   —Sí —dice—, está bien.

«No, no está nada bien», pienso. No está nada bien que mi hija se siente frente a esta película con todo lo que ha pasado.

Ellen Page se deja entrever en el reproductor pausado de la pantalla inclinada. Tiene los labios apretados en un gesto de furia. Y Lara sigue mirándome, esperando que acepte su invitación a salir y cerrar la puerta.

   —¿Has cenado? —pregunto.
   —No tengo hambre.

Y el recuerdo del pobretico Patrick Wilson a punto de ser castrado como un perro me confirma que, ahora, yo tampoco. Pero soy su padre y se supone que deben de preocuparme ese tipo de cosas, al igual que las notas, las amigas que tiene, o de dónde sacó el porro que encontré el otro día en el cubo de la basura. Aunque en este momento puede que lo más urgente sea saber cómo se siente. De modo que, me acojo a mi responsabilidad paterna y suelto:

   —Vale… No te acuestes tarde.
   —¿Qué? —está confusa y yo desentrenado; no he sonado demasiado convincente.
   —Nada. Buenas noches.

Y cierro la puerta dejándola desconsolada en su fortaleza hermética de paredes rosas. No tardará en pintarlas de otro color.

Tecleo: «Hard candy gustavo p» en Google. Recuerdo haber escrito una crítica sobre ella para la revista, y recuerdo el pase en Sitges, en 2005.

David Slade, su director, empezó bien. Eligió un guión tenso, unos actores semidesconocidos de gran potencial, y temas de gran controversia. Las relaciones cibernéticas y el abuso sexual hilaban la cuerda por la que Jeff (Patrick Wilson) y Hailey (Ellen Page) hacían acrobacias dramáticas aguantado el equilibrio –a él le costaba un poco más– durante todo el metraje, en un ejercicio de suspense mezclado con un poco de mala leche. El resultado fue una grata sorpresa para los amantes de este género dentro del cine independiente y, por lo tanto, con el bolsillo pequeño, pues se notaba que no era necesario un gran presupuesto para llegar a la reflexión y, por qué no, a la desesperación, cumpliendo con lo prometido.

Algunos años después, Slade se pasó a los vampiros, a los que dan un poquitín de miedo, con 30 días de oscuridad, la adaptación de un cómic, y, aún después, a los que dan risa, con La saga Crepúsculo: Eclipse, una vergüenza hasta para el desaparecido Drácula de Frigo.

Me preocupa que, justo ahora, Lara haya dado con Hard Candy. No sé qué se le estará pasando por la cabeza. Puede que despierte en ella un rechazo temporal hacia Internet o hacia los chicos. En cualquier caso, no estaría mal, aunque… Vale, aclaremos algo: negaré esto ante cualquier jurado que se ponga frente a mí, pero reconozco que no quiero que mi hija se convierta en Ellen Page. Oh, por Dios, ha sonado fatal. No me refiero a su homosexualidad, eso me da igual. A ver, rectifico: no quiero que mi hija se convierta en Ellen Page en Hard Candy. Sí, ahora mejor.

Desconozco el uso que hace Lara de Internet. A veces me cuesta recordar incluso sus cereales favoritos cuando estoy en el súper, así que, no me torturo. No es algo en lo que me quiera inmiscuir; no pretendo controlarla hasta el punto de conocer su ciclo menstrual. Sí, no soy tan desastre. Sé que ya tiene la regla; es intuición. Bueno, intuición y las compresas y los tampones que atiborran el armario del baño.

Temo que mi hija de quince años reaccione como una psicópata, como Ellen Page en Hard Candy. Y lo temo porque no la conozco bien, aunque sí lo suficiente como para adivinar que volverá a llorar cuando descubra que a Patrick Wilson no le cortan los huevos. Y temo seguir sin saber qué hacer.

Abro una pestaña nueva en el buscador y tecleo la página del periódico local. Busco entre las noticias recientes. La encuentro: Menor agredida sexualmente por su compañero de instituto. Y la leo por vigésima vez.

La chica va a la clase de Lara. El agresor, también.  

Y no puedo evitar montarme películas; vivo de ellas.


Escrito por Fran Bailén.